Cuando nos acercamos por primera vez a la figura de Edith Stein, e incluso en sucesivos encuentros, es fácil que nos sobrecoja fuertemente su trágico final en Auschwitz-Birkenau. Nos sale al encuentro la grandeza de un destino que nos sobrepasa y, junto con cierta fascinación, puede provocar una distancia entre esta persona extraordinaria y nuestra propia realidad existencial. ¿Qué hay de común en la vida de Edith Stein y nuestra vida? Quizá muchos de entre nosotros tenemos conciencia de llevar una vida totalmente anodina, del montón, sin poder descubrir punto de convergencia alguno con la historia de esta mujer. Quizá la atracción que ejerce sobre nosotros se vea en algún momento menguada o velada por la extrañeza, la lejanía que se impone al contemplar la riqueza humana y divina que se ha concentrado en esta vida humana de finales de siglo XIX y primera mitad del XX europeo
Pero, poco a poco vamos descubriendo el núcleo de la grandeza del destino de Edith: la unificación de su talento, su fortaleza, su clarividencia, su entrega en el amor a Cristo Crucificado que culmina en su muerte solidaria. Todas estas realidades tienen su fundamento común: la GRACIA. Lo que acerca Edith Stein a cada uno de nosotros es la gracia que está en todos. Y ella vivió esta verdad desde la primera infancia. No sabía nada de la “gracia” como realidad teologal. No obstante, ella desde siempre ha vivido en aquel lugar interior donde se tocan el yo y la trascendencia, la conciencia y el misterio que la habita. Tener conciencia de este lugar dentro de nosotros nos hace estar al lado de Edith Stein. Desde ahí podemos construir nuestra existencia con la misma intensidad y la misma irradiación que ella.
Al hablar de la experiencia de Dios en Edith Stein, me doy cuenta de que toda auténtica experiencia nace en este lugar liminal de toda vida. Nuestro tiempo, tal vez, no sea propicio a conducirnos o educarnos en la toma de conciencia de este lugar interior donde se encuentra la inmanencia y la trascendencia, el yo y el misterio, Dios y la persona humana. Por esto escasea la experiencia profunda de cualquier realidad, no sólo la de Dios. Vivimos en una época de sensaciones, emociones, vivencias, más que de experiencia en singular. Como si nuestra corriente de la vida ya no tuviera el fondo suficiente para irrigar y fecundar la existencia, sino que desliza como a un caudal vistoso y deslumbrante sobre el desierto sin transformarlo en oasis.
Edith ha vivido siempre en su lugar interior, en el límite misterioso de su corazón donde nace durante la peregrinación terrena el destino glorioso de cada uno.
Edith Stein, Santa Teresa Benedicta de la Cruz, es una mujer del siglo XX que muestra en su itinerario vital cómo la experiencia de Dios es el viaje que atraviesa todos los terrenos de su propia personalidad y de la época en que le tocó vivir, que es el hecho determinante y absoluto de la vida. Quizá hoy echemos en falta para mucha gente la experiencia de Dios, pero en el fondo, hay tanta o más falta de experiencia profunda de la vida en sí. Nuestra sociedad de occidente favorece un dejarse vivir en lugar de vivir personalmente, como acto humano libre y responsable. Y entonces la experiencia de Dios se hace más lejana, casi extraña e imposible. Ya bien entrados en el tercer milenio, la figura de Edith Stein nos puede recordar y despertar la capacidad innata de todo ser humano de recorrer, experimentar, gozar y construir su propia vida y contribuir a la de la humanidad. Y como creyente, ella puede acompañar nuestra lucha en la fe, nuestra débil esperanza y nuestro amor enfermo de egoísmo e indiferencia.
Edith nos invita a entrar en nosotros mismos y desemboscar o desescombrar el acceso a la frontera de nuestra intimidad y despertar a una nueva percepción del misterio dentro de nosotros que nos capacite y dinamice en el servicio y la entrega a los demás y en la amorosa espera del Amado, Dios. En esto somos todos iguales: Dios nos ama, nos espera dentro de nosotros mismos para enviarnos a anunciar la buena nueva de su amor, para hacer creíble y palpable su reino que empieza dentro de cada corazón humano. Para esto sirve la experiencia de Dios, para que nazcan obras de amor, presencias de paz y de reconciliación.
II. La experiencia como fundamento vital
a) Experiencia de sí misma
En la autobiografía de Edith Stein nos encontramos con una persona que desde sus primeros años se sabe dotada de una autoconciencia superactiva y supersensible. Llevaba una “curiosa doble vida”(Autobiografía, OC I, pag. 205): era voluntariosa, sometida a frecuentes cambios de humor y accesos de cólera a los que ni su hermana mayor ni su madre sabían poner fin. Al mismo tiempo guardaba dentro de si una realidad no disponible a la mirada desde fuera. “Esto es lo que podían observar mis familiares desde fuera en mí. Pero en mi interior había, además, un mundo escondido. Todo lo que durante el día veía y oía lo elaboraba por dentro... De todas estas cosas que me hacían sufrir interiormente no decía ni una palabra a nadie.” (OC I, pag 205) En cuanto a sus altibajos emocionales cambió sustancialmente pocos años más tarde, cuando se dio cuenta de que estos arrebatos de malhumor mermaban la dignidad y la libertad de la persona y ella se quería mantener a toda costa en su compostura de persona que razona y guarda la armonía y la paz. La conciencia de ser la preferida de su madre, la mimada por los hermanos mayores y dotada de una inteligencia extraordinaria la llevaron a desear cosas grandes en su vida. “En mis sueños veía siempre ante mí un brillante porvenir. Soñaba con felicidad y gloria, pues estaba convencida de que estaba destinada a algo grande y que no pertenecía en absoluto al ambiente estrecho y burgués en el que había nacido.” ( o.cit. 207)
La misma actividad observadora que empleaba para con ella misma, la aplicaba también a las otras personas de su familia. Por su autobiografía conocemos muchos detalles de la vida del clan Stein-Courant. Edith vivía desde su interior las circunstancias y problemas de sus parientes, hermanos, tíos y sobrinos. De sus anotaciones se desprende la cualidad de empatía que caracteriza a Edith y de la que hará objeto de su trabajo doctoral al final de su carrera de filosofía. El relato de su vida data de los años 1934-1935, desde la perspectiva de la vocación como carmelita, más de diez años después de su conversión al cristianismo católico. La madurez como filósofa, la hondura de su vida contemplativa y su talento para la escritura se unen felizmente para crear ante nuestros ojos el universo de la Europa central de finales de siglo XIX con nitidez y colores bien matizados. Lo que ella experimenta, tanto en el trato con las personas, su capacidad de penetrar en el mundo interior de cada una, como en las circunstancias o costumbres de aquella época es un precioso tejido que despierta en mí el recuerdo de mis propias experiencias. Yo todavía he podido tocar con mis manos y ver con mis ojos, rastros de aquel mundo que Edith hace desfilar delante del lector de sus recuerdos. La importancia de la escuela, de los estudios, las relaciones con los profesores, las excursiones a la montaña, las relaciones en la familia y entre las familias parientes, el ambiente de la ciudad con sus actividades comerciales, sus acontecimientos culturales, conciertos y teatro, con sus confiterías predilectas etc. todo esto no era muy diferente del que reinaba en mi ciudad natal, Baden, en Suiza.
El conocimiento propio era para Edith la actividad más intensa interior desde su infancia. Desde allí brota luego la mirada hacia los otros, la empatía con aquello que la circunda y la interpela, con las personas a su alrededor, con las circunstancias del momento histórico en que vive. Todo ello lo describe años después de vivirlo, desde el hogar interior de la fe en Cristo, alumbrada por la luz del Espíritu que la conduce en este “re-cordar”, dando de nuevo al corazón aquello que ya es pasado irrecuperable, pero que ahora es capaz de ver en una nueva luz que penetra los hechos y conduce la interpretación de los mismos en dirección de Dios. A posteriori, Edith formula la experiencia de vivir despierta y como misteriosamente “vivida” desde más allá de ella misma pero en ella misma, como la vivencia de la providencia de Dios, como la experiencia de ser en el Ser. En su obra “Endliches und ewiges Sein” cita una ejemplo que se refiere a un hecho concreto de la propia vida: “Me propongo una carrera académica y escojo para ello una universidad adecuada que me da garantías para cursar mis estudios con provecho. Esto está dentro de una coherencia oportuna, llena de sentido. Que encuentre en aquella ciudad una persona que “por casualidad” estudia en la misma, y un buen día, “casualmente” hable con ella sobre problemas de cosmovisión, no tiene, a primera vista una coherencia razonable. Pero si, después de años, contemplo mi vida transcurrida, descubro que aquella conversación fue de una influencia capital en mí, tal vez más importante que toda la carrera, y me viene el pensamiento que quizá que fui a esa ciudad justamente por aquel encuentro, que “tenía que ir” a esa ciudad. Lo que no estaba en mis planes, estaba en los planes de Dios. Y cuanto más veces experimento cosas como éstas, más viva se me hace la convicción desde la fe que para Dios no hay casualidades.” (EE , Herder 1986; 109ss) Lo que aquí refleja en una mirada posterior marcada por la fe es lo que nos revela su actitud personal durante toda la vida: vive atenta a las raíces de su ser, aun cuando no lo formule en términos religiosos. La experiencia de sí misma la acompaña durante todas las épocas de la vida y la prepara y la educa para el encuentro con el trascendente. Cuando al final de su tesis doctoral sobre “el problema de la empatía” se pregunta acerca de la posibilidad de la empatía entre espíritu y espíritu constata que la persona humana no puede relacionarse con espíritus puros sino es a través de su propia realidad psicofísica. Pero no incluye en esta forma de relación lo que acontece a algunas personas agraciadas con una experiencia de Dios que súbitamente les cambia la vida y el ser. “Quien resolverá si aquí se encuentra una verdadera experiencia o aquella falta de claridad sobre motivaciones propias que hemos encontrado en la reflexión sobre los ‘ídolos del auto-conocimiento’. Aún suponiendo la ilusión en tales representaciones, ¿no se da, de hecho, en ello la posibilidad esencial de una verdadera experiencia en este campo? Sin embargo, me parece que el estudio de la conciencia religiosa es el medio más adecuado para dar respuesta a nuestra pregunta, respuesta altamente interesante en el campo religioso. Entre tanto yo dejo la respuesta de la pregunta formulada a ulteriores investigaciones y me contento aquí con un “non liquet”(no está claro).” (Acerca del problema de la empatía, Universidad Iberoamericana l995)
Aquí, Edith Stein, la flamante doctora en filosofía de 26 años, se encuentra en el umbral de la experiencia de algo que barrunta en su interior, en sus sentimientos, en su estado de ánimo y en todo lo que la rodea. Son los años de la primera guerra mundial. La conjunción de las circunstancias exteriores y su “vocación” de vivir en el límite, es decir en la sutura entre el misterio que la habita y el yo que la capacita para una experiencia profunda de toda su realidad cotidiana la lleva por un camino de intenso sufrimiento. La cruz la acompaña desde los primeros días y está levantada en su propia manera de ser, en el don y la tarea de edificar una existencia para los demás. No sólo en el sentido de entrega altruista y abnegación sino también viviendo su propio destino como luz que puede iluminar a otros y conducir a otros hasta la plenitud a la que estamos destinados todos.
La decisión de abandonar conscientemente y con toda libertad sus prácticas de oración cuando Edith tiene a penas 15 años, mientras está en casa de su hermana mayor Erna en Hamburg, se ve favorecida por el ambiente liberal de aquella casa y por las corrientes idealistas que se respiraban en aquella época. Dice: “En aquella casa, de religión, nada en absoluto. – Aquí abandoné conscientemente y con toda libertad la costumbre de rezar.” (Autobiogr., o.cit. 266) . Es como una primera manifestación, “en negativo”, de la esencial búsqueda de la verdad que Edith caracteriza. Deja penetrar lo que la rodea y lo elabora en su interior y llega a esta decisión que para entonces es la expresión de su verdad. No podía seguir manteniendo unos ritos y unas costumbres que no tenían incidencia en su vida ni en la de muchos que las practicaban.
Como fenomenóloga busca la realidad en sí, el fundamento de todo ser, busca la verdad y tiene así cierta experiencia de Dios “remota”. Sabe por experiencia “evolutiva” no puntual que hay transformaciones en el alma que vienen “de fuera”, trascienden las leyes psíquicas.
b) Experiencia de impotencia
Durante la infancia de Edith aparecen ya fenómenos de una hipersensibilidad que la arrastra en ocasiones a un estado depresivo. Los supera como puede: unas veces es un concierto de J.S. Bach, “sentía en lo más profundo una atracción por este mundo de pureza y orden absoluto”( OC trad. castellano, Ed. Monte Carmelo 2002, pag. 287), otras veces son las reuniones de trabajo con los profesores y estudiantes, otras una excursión que durante un tiempo la distraen de su íntimo desaliento. En una ocasión se queda ella y su hermana en una habitación con la estufa apagada emanando gas tóxico. Ella comenta luego que hubiera deseado seguir durmiendo para siempre en lugar de ser rescatada. (cf Autobiogr. o.cit. 324) En otra ocasión ve como salida a la crisis que un coche la atropellara en la calle o que se despeñase durante una excursión a la montaña. El trabajo de la tesis doctoral va acompañado también por estos estados de desánimo y cansancio vital. Los resultados de sus esfuerzos en el estudio no corresponden a la voluntad que ella pone, sus fuerzas no dependen de su voluntad y esto la desalienta profundamente.“Por vez primera en mi vida me encontraba ante algo que no podía domeñar con mi voluntad. Sin yo saberlo, tenía profundamente grabadas en mi interior las máximas de mi madre; que solía repetir: ‘Querer es poder.’(Autobiogr. 380ss) Esta máxima se presta a un profundo análisis sobre su acierto o no. ¿Será que Edith en el fondo tampoco quería su éxito en la tesis como algo absolutamente prioritario? Su querer intelectual y su afectividad iban en direcciones distintas. El querer afectiva sí que puede con lo que se propone. Es una cuestión abierta. “Frecuentemente me había vanagloriado de que mi cabeza era más dura que las más gruesas paredes, y ahora me sangraba la frente y el inflexible muro no quería ceder. Esto me llevó tan lejos, que la vida me parecía insoportable. Me decía frecuentemente a mí misma que esto era absurdo. Si no terminaba el trabajo de doctorado, sería más que suficiente para el examen de estado; si no podía llegar a ser una gran filósofa, podía ser una buena profesora. Mas los argumentos racionales no ayudaban nada. Yo no podía ir por las calles sin desear que un coche me atropellara. Si hacía una excursión, tenía la esperanza de despeñarme y no volver con vida.” (Autobiogr. o.cit 380ss)
Mientras Edith tiene una clara conciencia de su talento intelectual y lo aplica y lo trabaja con toda intensidad, su parte afectiva, no menos rica y capaz, vive también su evolución y sus tormentas. Aunque ella insiste en que los temas amorosos no le interesaban, que toda su afición se dirigía hacia la ciencia, la filosofía la primera, tiene que aceptar que su corazón también quiere vivir y reclama sus derechos. Durante una estancia en Berlín, en casa de su hermana Erna, hablando del noviazgo de ésta, Edith recuerda que entonces “en medio y junto a toda la entrega al trabajo yo mantenía la esperanza en lo íntimo del corazón de un gran amor y un matrimonio feliz. (Autobiogr. o.cit. 335) En dos ocasiones su corazón se inclina hacia una persona que cree destinada a compartir su vida, tanto en el plano afectivo como en el científico. Roman Ingarden y Hans Lipps, los dos filósofos y amigos de estudios centran por un tiempo el afecto de Edith con la perspectiva de formar un matrimonio. Edith no es correspondida por ninguno de los dos y tiene que atravesar el oscuro desierto del desengaño, de la soledad afectiva que la hiere profundamente.
La gran amistad que la unió al matrimonio Adolf y Anna Reinach desde los años de Göttingen fue como un bálsamo en su corazón y ejerció una influencia decisiva en su evolución interior hacia la armonía entre corazón e inteligencia. Cuando Adolf Reinach cae en el frente, Edith se ve abandonada de todos los espíritus vitales. En una carta a R. Ingarden escribe: “Lo que ahora busco es tranquilidad y el restablecimiento de mi autoconciencia, completamente deshecha. Tan pronto como tenga la sensación de ser alguien y de poder dar algo a los demás, quiero volver a verte.”( 24-12-1917) Y más tarde, al mismo R. Ingarden: “Este sentimiento de absoluta impotencia es algo a lo que difícilmente puedo acostumbrarme...uno debe considerar muy en firme la propia impotencia, a fin de curarse de la ilimitada confianza en su querer y poder, que en otro tiempo yo misma poseía.”(12-2-1918) Tampoco en el plano de la carrera filosófica iban las cosas como Edith deseaba. El trabajo con E. Husserl acaba por iniciativa de la asistente que no quiere seguir siendo “chica para todo” en casa de los Husserls. La promoción a una cátedra queda fuera de su alcance porque el propio maestro no la apoya en su empeño. La guerra mundial pesa como una sombra mortal sobre el ambiente que respira Edith y oscurece todos los horizontes. Todo parece conjurarse para desencadenar una profunda desesperanza en el alma de la mujer que en su adolescencia soñaba con que la vida le preparaba algo grande. ¿Dónde estaba el sentido de todo? ¿Dónde se hallaba la seguridad y la verdad? ¿Cuál es el camino de la vida?
Son ocasiones en las que la personalidad de Edith evoluciona hacia una apertura al amor absoluto que conformaría toda la existencia y manifestaría toda la riqueza de su experiencia de Dios. No le fue regalada la paz y la verdad luminosa que la habitaban desde siempre sin su colaboración perseverante y purificadora.
c) Experiencia de apertura
El itinerario de la experiencia de Dios conduce a Edith por diferentes estadios de ánimo y de búsqueda vital. Ella misma dirá más tarde que “Quien busca la verdad, busca a Dios, sea de ello consciente o no..”( A. Jägerschmied 14-4-1938) En los años después de su doctorado, entre 1917-1921, la lacerante experiencia de impotencia, de desamparo, de desesperada búsqueda de sentido se hermana con sucesivas insinuaciones de algo, de “Alguien” que viene de fuera, o de más a dentro de la propia conciencia. Dios encuentra en Edith un terreno hondamente arado por el dolor, por la sinceridad consigo misma. La grandeza del destino de Edith se puede edificar sobre la roca de su humildad, ya que ella anduvo siempre en la verdad, yendo tras la verdad. El estupor y la admiración que provoca en ella la reacción de Anna Reinach a la muerte de su marido en l917 es un mojón significativo en la evolución de Edith Stein hacia el conocimiento de Cristo y de su Iglesia. Tiene ante sí a una mujer que en miras a la cruz de Cristo es capaz de vivir el dolor de la separación con esperanza y con serena aceptación de una voluntad superior a ella. La reacción de su amiga conmueve Edith en lo más íntimo de su corazón. Ya antes, en 1913, las palabras de Max Scheler en Göttingen, la confrontan por primera vez con el esplendor y el humanismo de la fe católica. “Era la época en que se hallaba (Max Scheler) saturado de ideas católicas, haciendo propaganda de ellas con toda la brillantez de su espíritu y la fuerza de su palabra. Este fue mi primer contacto con este mundo hasta entonces para mí completamente desconocido....me abrió a una esfera de ‘fenómenos’ ante los cuales ya nunca más podía pasar ciega...Las limitaciones de los prejuicios racionalistas en los que me había educado, sin saberlo, cayeron, y el mundo de la fe apareció súbitamente ante mí... Por el momento no pasé a una dedicación sistemática sobre las cuestiones de la fe...Me conformé con recoger sin resistencia las incitaciones de mi entorno y –casi sin notarlo-, fui transformada poco a poco.”(Autobiogr. o.cit 366)
Muchos de sus colegas y amigos habían encontrado en el cristianismo una respuesta a sus preguntas por el ser y el sentido. Edith queda como suspendida en su interior ante la presencia de algo distinto y familiar a la vez pues tocaba sus fibras esenciales. Se podría aplicar a esta temporada de Edith las palabras que ella emplea cuando describe en su autobiografía el momento de decidirse por unos estudios o por un trabajo profesional. “...yo no podía actuar mientras no tuviera un impulso interior... Una vez que algo subía a la clara luz de la conciencia y tomaba firme forma racional, nada podía detenerme.” (Autobiogr. o.cit. 270) No seguiría de ningún modo, por simple inercia, una tendencia ya muy marcada en sus círculos filosóficos de abrazar la fe cristiana. Ella tenía que hacer su camino con total independencia y libertad, solo dependiendo de este impulso interior, las indicaciones del Espíritu. Dos días antes de cumplir veintisiete años escribe a R. Ingarden:”No sé si de mis comunicaciones anteriores ha deducido ya que tras larga reflexión más y más me he decidido por un cristianismo positivo. Esto me ha librado de la vida que me había tirado por tierra, y, al mismo tiempo, me ha dado fuerza para retomar otra vez, agradecida, la vida. Por tanto, puedo hablar, en el sentido más profundo, de un ‘renacimiento’. (10-10-1918) Edith empieza a leer el Nuevo Testamento, se adentra en San Agustín y en Lutero. Enaquella época, la confesión cristiana “normal” para los conversos era la protestante. Sus mejores amigos, Adolf y Anna Reinach, Hedwig y Theodor Conrad Martius eran protestantes.
La famosa “noche de verano” de 1921, junio o julio, en Bergzabern, cuando Edith se encuentra con la autobiografía de Teresa de Jesús es el acontecimiento que corona los años anteriores de clarificación y búsqueda con una experiencia de encuentro que será definitivo y culminante de toda la vida de Edith Stein.
IV. “Experiencia de Dios”
¿Qué es la experiencia de Dios? ¿Se puede experimentar a Dios? En alemán la palabra “Erfahrung”, “erfahren”, expresa un movimiento sobre ruedas, un penetrar en un país, en un territorio, sobre ruedas. Parece que visibiliza de alguna manera que la experiencia no es poseer aquello que se experimenta, sino que la realidad se abre a nosotros, se nos entrega para que nos adentremos en ella, no para apropiárnosla sino para conocerla. El paisaje que atravesamos en coche no se mueve, no lo podemos llevar con nosotros, pero podemos entregarnos a él y quedarnos con su belleza y su dolor, con el mensaje que tiene para nosotros. Podemos escuchar su melodía, su palabra histórica y actual, podemos adentrarnos en el corazón de sus gentes, quedándonos con ellas. Todo ello puede llegar a transformarnos por dentro, puede influir en el rumbo de nuestra vida y abrirnos a horizontes insospechados, pero el paisaje sigue ahí, íntegro, inagotable en sus misterios y mensajes para quien los quiere “experimentar”, “erfahren”.
Dios es este paisaje en el que nosotros nos adentramos a lo largo de la vida, lo atravesamos como se atraviesa un campo, una región, un país. Dios no nos entrega su misterio, pero nos deja que transitemos por él, nos envuelve en su misterio y en algunos instantes eternos nos hace percibir su melodía hecha de palabra y de viento desnudamente. Toda nuestra vida es como un viaje a través del campo de Dios. La experiencia de Dios tiene muchas facetas, son las innumerables variantes de percibir la vida, de tener conciencia de que estamos viviendo, con todo lo que esto tiene de dramático y feliz.
Para los cristianos, este paisaje se confunde con el guía que nos acompaña en nuestra trayectoria, incursión (Er-fahrung) en Dios, Cristo. Jesús se convierte en lugar definitivo del encuentro, lugar donde convergen todos los caminos de todos los tiempos y de todos los seres que están en movimiento hacia Dios. Por él, en él y con él hay experiencia de Dios. El es el camino, la verdad y la vida de toda experiencia divina.
Tal vez el episodio de la lectura del libro de la vida de Santa Teresa sea el más conocido entre nosotros, seguramente por tener que ver con una de las mujeres más grandes de las tierras hispanas y –¡todavía!- familiar a todo el mundo. La importancia de este acontecimiento en la vida de Edith no radica en la repentina irrupción de Dios, pues ya no era tal, sino en la fuerza de iluminación que emana de la lectura que hace Edith de la autobiografía teresiana. Lo que se había ido acumulando en el espíritu y en el corazón de la filósofa alemana tenía en sí una enorme potencia de vida, pero necesitaba ser ordenado, adquirir una forma y una expresión clara para ella misma y para ser vivido ante el mundo. En Teresa de Jesús, Edith descubre la trama íntima de su propia historia. Lee este documento y queda inmediatamente presa de la fuerza creadora o reveladora de este escrito. Lo que la invade no es tanto una “nueva verdad” como una luz sobrenatural para ver la verdad que ya estaba instalada en su interior. Como si dijera: “Ahora entiendo mi verdad.!”
La “experiencia de Dios” que invade Edith con esta lectura no va acompañada de fenómenos más o menos extraordinarios, como a veces nos imaginamos estos encuentros transformadores con lo divino. Creo que es más profunda que todos estos fenómenos llamativos: Edith, después de aquella noche es consciente de haber recibido aquel impulso interior que ya conocía desde su adolescencia que le confería la necesaria luz para obrar y para estar absolutamente segura de lo que debía hacer. En aquella noche toma tres decisiones fundamentales para su vida, las tres juntas sin tener la menor duda: hacerse cristiana, hacerse católica y hacerse carmelita descalza. La experiencia de Dios de aquella noche toca el corazón y la razón de Edith Stein. Pienso que se podría decir que le fue dada aquella certeza propia de una experiencia mística, en la que la persona sabe que está unida a Alguien que ve la verdad” (cf J. Mouroux, cit. A.M. Haas, Mystik aus Aussage, pag. 34) Consintió en creer no por la visión de la fe sino por “ver” a Aquel a quien cree. (ibd.) A partir de ahora la luz que la penetra ordena y serena recuerdos y relaciones. Años más tarde, fiel a la amistad con R. Ingarden, pero ya desde otra perspectiva, ella le dice en una carta: ”De ninguna manera quería poner en tela de juicio que entre nosotros –independientemente de todo lo demás- ha existido una auténtica amistad, lo cual yo
considero valioso. Pero si vuelvo la vista atrás, siempre aparece en el trasfondo la desesperante situación interior, en la que me encontraba, esa indescriptible confusión y oscuridad...(el no ser correspondida en su afecto a R. Ingarden, en Friburgo 1917)Fue una crisis largamente preparada. A mí me sucedió como a uno que estaba en peligro de ahogarse, y a quien mucho después en una habitación clara y caliente, donde está muy seguro y rodeado de amor y cariño...de repente se le presenta la imagen del oscuro y frío abismo. ¿Qué otra cosa debe sentirse sino temblor y con ello una gratitud ilimitada frente al poderoso brazo que agarró a uno maravillosamente llevándolo a tierra firme?”(13-12-1925) La conversión al cristianismo y su entrada en la Iglesia católica fue para Edith la entrada en una luz y una seguridad inquebrantables. Había encontrado “su casa” desde donde ella podía vivir e irradiar a su vez luz y amparo sobre quienes cruzaban su camino. “El descanso en Dios frente al fracaso en la actividad por falta de energía vital es algo completamente nuevo y peculiar. Aquello era silencio mortal. En su lugar hay ahora la sensación de alivio y amparo...Y entregándome a este sentimiento, percibo nueva vida en mí que me empuja hacia una nueva actividad, sin la menor tensión en la voluntad. Esta corriente vivificadora proviene de una actividad y una energía que no son las mías, pero que se realizan en mí. La única condición para que se realice este ‘renacimiento’ espiritual es una cierta capacidad de acogida que radica en la estructura personal que está más allá de los mecanismos psíquicos.”(Beiträge zur philosophischen Begründung der Psychologie und der Geisteswissenschaften , 1922, 1970) Edith entra en una nueva esfera de la realidad humana. Pasa de la primacía del comprender a la primacía de ser “comprendida”, “des Begreifenwollens zum Ergriffenwerden”.
Pienso que toda su personalidad que desde siempre estaba dotada tanto de sensibilidad como de rigor intelectual, pero que por “decisión” de la joven filósofa había sufrido un cierto ahogo en la parte afectiva, queda con el encuentro con el Dios de Jesucristo establecida en un nuevo equilibrio. No borrará nunca los trazos de una inteligencia superdotada, pero aporta a la parte afectiva una ternura y una bondad que amalgama hasta acentos sublimes las cualidades de esta mujer. El calor y la alegría de sus comentarios sobre el encuentro con Dios en la Iglesia católica no tienen nada en absoluto de ñoño o aversión a lo intelectual. “...Todas la realidades, con las que uno tenía que habérselas antes, se hacen transparentes, y propiamente se llega a sentir las fuerzas que sustentan y mueven todo...¡Y qué abundancia de vida con sufrimiento y alegrías, como no conoce el mundo ni puede conocer, contiene un solo día, casi insignificante desde fuera, de una existencia humana nada vistosa! Y qué raro se encuentra uno cuando, teniendo todo esto en sí y alrededor de sí, se halla con personas que sólo ven la superficie, y vive como uno de ellos, sin que lo barrunten ni noten.(carta a R. Ingarden 8-11-1927)
Siempre irán juntos en su vida las dos potencias: voluntad y entendimiento, y la memoria como la que reúne y proyecta las dos hacia lo inefable. Por esto puede aconsejar a su amigo en la misma carta que “primero debiera servirse de las vías intelectuales hasta los límites de la razón y con ello situarse a las puertas del misterio.” Es lo que aprende de sus nuevos maestros, Santo Tomás, Agustín, Teresa de Jesús. La experiencia del misterio de Dios, su presencia en la vida de cada persona, le llega a Edith Stein a través del testimonio de los santos. El camino intelectual tiene su importancia en el itinerario de Edith hasta encontrarse con el Dios y Padre de Jesucristo. Ella misma afirma: “Quizás en la exposición de mi camino he dejado que lo intelectual saliera tan mal parado. Mas en el largo tiempo de preparación ha contribuido de forma decisiva. No obstante, decisivo de forma consciente fue lo acontecido en mí (por favor, entienda bien: hecho real, no ‘sentimiento’): topar con la imagen concreta de auténtica vida cristiana en testigos elocuentes (Agustín, Francisco, Teresa)... Es un mundo infinito que se abre como algo absolutamente nuevo, si uno comienza, en lugar de vivir hacia fuera, hacia adentro.”(carta R. Ingarden 8-11-1927) ¿Podemos afirmar hoy lo mismo? ¿Creemos en la eficacia de los testigos elocuentes para los que buscan hondura en su existencia, su sed de creer y esperar?
IV.
Experiencia de Cristo
a) “Vida pública”
Cuando Edith Stein se presenta para el bautismo, apadrinada por su amiga protestante, Hedwig Conrad Martius, había sido ya encontrada por Cristo. Me la imagino como la esposa del Cantar de los Cantares que fue hallada y halló al que buscaba su alma. El 1 de enero de 1922 comienza a vivir de la mano de Jesucristo, ungida con su Espíritu y alimentada con su cuerpo y su sangre. Ha entrado en la comunidad de los seguidores de Cristo, en la casa de la Iglesia católica. Y descubre ¿sorprendida? por senderos nuevos la fe de sus padres. Desde su condición de cristiana, Edith penetra ahora en el misterio del judaísmo y recibe con inmenso agradecimiento una riqueza espiritual que no se le había revelado antes. Los días dolorosos que le tocan pasar en Breslau, junto a su madre, cuando le comunica su conversión al cristianismo le
dan ocasión de acompañarla a la sinagoga y rezar los salmos junto con la madre, Edith en latín como lo iría haciendo durante el resto de su vida. Edith había vivido más que filosofado (cf carta R. Ingarden
15-10-1921) durante los últimos años antes del bautismo y ahora tiene un nuevo fundamento de su persona, una nueva manera de ver las cosas que se han vuelto todas transparentes a la luz de la fe. No sé si se puede afirmar con acierto que Edith con el bautismo en la Iglesia católica ha recibido también de nuevo toda la
herencia de la fe judía y es constituida para muchos en una imagen de la comunión que
estamos llamados a vivir judíos y cristianos. Me resulta especialmente consolador y estimulante pensar en que tanto Teresa de Jesús como Teresa Benedicta de la Cruz eran hijas del pueblo judío y me asombra la providencia y la imaginativa de Dios que ha puesto a estas mujeres en nuestro camino. Pienso que nosotras, las carmelitas, tenemos aquí un terreno casi virgen que explorar en nuestra vocación: despertar a la conciencia de nuestras raíces judeo-cristianas y vivir nuestro carismo ante este horizonte. ¿Qué hubiera sentido Edith Stein al saber que Santa Teresa era descendiente de judíos? Lo que ella no pudo alcanzar en su historia terrena, lo debemos vivir hoy comprometiéndonos en una actitud abierta y acogedora hacia la religión judía.
Cuando Cristo llega a ser el centro absoluto de la vida de E
dith Stein, cuando ella se da cuenta de que está llamada a la vida escondida e insignificante del Carmelo, surge en ella una nueva cualidad espiritual que hasta el momento no había experimentado: la obediencia. Pospone por obediencia a su confesor, Rafael Walzer, su deseo de entrar en el Carmelo inmediatamente después del bautismo y se dedica a la docencia en una escuela normal de las dominicas en Espira. Dedica tiempo a su personal investigación filosófica que quisiera intensificar pero que no le es posible al tener que atender a las alumnas de la escuela y las religiosas que la regentan. La actividad pedagógica y docente, de conferenciante en Alemania, Austria, Francia y Suiza, los intercambios epistolares sobre temas filosóficos y pedagógicos, brotan de una nueva energía vital que la invade desde su intimidad con el Señor. Los temas de las conferencias son meras introducciones a su “mono-tema”: la experiencia de Dios y cómo vivir de la mano del Señor. (cf Wege zur inneren Stille, W. Herbstrith, Kaffke 1987)
Así como en Teresa de Jesús nos sale al encuentro una mujer que pone toda su verdad interior, toda la luz de Dios en su alma a la mirada de todo el mundo, como la llanura de Castilla que no se puede sustraer a la mirada del caminante, en Edith Stein sus experiencias íntimas quedan como bajo un velo de misterio, bajo la niebla y la tenue luz de los largos inviernos de Centro-Europa. Seguramente su vocación no era entregar “el secreto del Rey” sino vivirlo hasta las más íntimas fibras de su existencia y dejar que luego cada mirada sobre ella descubra el mensaje concreto para cada uno. La experiencia que hace Edith de Cristo durante los años de Espira queda reflejada en toda su actividad de educadora y docente. Lo que ella vive en su más estricto secreto, fluye como mensaje evangélico y como consejo maternal y amical a sus alumnas y en los escritos varios sobre temas de filosofía y pedagogía en sentido amplio. Pero hay otra forma de entregar su secreto, aunque no sea de palabra: su actitud, su presencia en aquella escuela. Edith vive intensamente la oración, tanto la litúrgica como la silenciosa y solitaria. Horas delante del Santísimo Sacramento, la participación en la eucaristía y en la liturgia de las Horas con las hermanas, vigilias prolongadas en la iglesia vacía se dan la mano con la actividad incansable en favor de las alumnas. La presencia de Jesús en el sacramento la llena de una vida inagotable, la alimenta, la inspira para su tarea. Los años después de su bautismo, la larga espera de poder entrar en el Carmelo son para Edith una ocasión de construir un fundamento sólido a los años de “pura contemplación” como carmelita. Su obediencia la abre a la experiencia del Espíritu de Cristo en medio de lo cotidiano. Encuentra en ello lo que busca: la paz de unirse a la voluntad de Dios. No hay mayor experiencia de unión. Así lo vive y sin confesarlo abiertamente lo expresa en sus cartas. “...la religión no es algo para vivir en un rincón tranquilo y durante unas horas de fiesta, sino que...ella debe ser raíz y fundamento de toda la vida... En el tiempo inmediatamente anterior a mi conversión y después, ...llegué a pensar que llevar una vida religiosa significaría dejar de lado todo lo terreno...pero, poco a poco, he comprendido que en este mundo se nos exige otra cosa, y que incluso en la vida más contemplativa no debe cortarse la relación con el mundo; creo, incluso, que cuanto más profundamente alguien está metido en Dios, tanto más debe, en este sentido, ‘salir de sí mismo’, ... adentrarse en el mundo para comunicarle la vida divina.”(carta Calista Kopf 12-2-1928) Jesús la hace participar en su vida “pública” enviándola a una actividad que abarcaba tanto la pedagogía como la filosofía y la religión. Pero las fuerzas de la inteligencia que se ponen en juego en estas tareas y todas las energías de la persona son “algo que nosotros no necesitamos, sino Dios en nosotros.” (ib.) La experiencia de vivir de la mano del Señor significa para Edith comenzar cada día una nueva vida y acabarla cada noche y no tener planes ni propósitos más allá de esto. Su vida corre en las profundidades del Espíritu y desde allí acoge cada día con confianza y con dinamismo. “...me dedico a ello (su propio trabajo de investigación filosófica) ‘hasta nueva orden’ y en cualquier momento estaría dispuesta a dejarlo, si se me abriera otra puerta. Pero en la medida en que a todas luces ésa es la voluntad de Dios, me conformo llena de alegría a la paradoja de mi existencia actual...Podría ocurrir que la paradoja permaneciera hasta el final.”(carta A. Jägerschmied 28-4-1929) A través de sus cartas podemos conocer como en un espejo la realidad interior de Edith sin que ella hable directamente de sí misma. Son textos “autobiográficos” al estilo de San Juan de la Cruz que tampoco se siente inclinado a hablar en primera personal singular. “La soledad de la que hablas, en cierto sentido es propia de la vida espiritual. Cuanto más se acerca uno a Dios, tanto más se aflojan las ataduras naturales, y si uno está unido con los hombres nuevamente en un sentido más profundo, uno sigue siendo aún una persona natural, como para experimentar la separación de lo que es humano... En la patria será muy distinto, y a veces ya aquí se percibe un destello de ello. La verdad es que no podemos hacer mucho, si no es ponernos en las manos de Dios y suplicarle que sea él quien haga todo...”(carta a Elly Dursy 1930)
b) “Vida escondida”
El encuentro con Cristo, desde aquella sorpresa estremecedora ante la viuda de A. Reinach y que llega a un momento culminante en su bautismo, inicia en Edith Stein una convivencia interior que va dominando toda su realidad, el corazón y la mente, sus capacidades intelectuales y su afectividad. Pero no lo hace en un momento puntual, la conduce por un proceso que implica los acontecimientos exteriores y sus propios movimientos internos. Pero en seguida surge la certeza de que esta amistad interior con Cristo la invitaba a una vida escondida. La experiencia de Jesús en Edith es la experiencia de “salir”, de “ir”, de “retirarse” en la interior bodega para estar “a solas con el Solo”. Es la llamada al Carmelo. Ella ve en la vida de carmelita la posibilidad de realizar su más genuina vocación de mujer: “El principio formal último del ser femenino es el amor, tal como emana del corazón divino. El alma femenina adquiere ese principio formal a través de su adhesión estrecha al corazón de Dios por medio de una vida eucarística y litúrgica.”(La mujer, su naturaleza y misión, Monte Carmelo 1998, pag. 27) En unos párrafos de esta misma obra Edith traza su retrato de carmelita orante, su experiencia de Cristo en lo oculto de la vida cotidiana:”Olvidarse de sí misma, liberarse de todos sus propios deseos y pretensiones, llegar a ser un corazón para todas las necesidades y obligaciones ajenas –esto sólo se puede alcanzar en el encuentro cotidiano y confiado con el Salvador en el tabernáculo-. Quien busca al Dios eucarístico y se aconseja con él en todas sus situaciones,...quien recibe al Salvador en lo íntimo de su alma...nada le puede faltar, sino que se verá arrastrado cada vez más profundamente en la corriente de la vida divina y se integrará al cuerpo místico de Cristo y su corazón será transformado según la imagen del corazón divino.”(o.cit. 44) El encuentro íntimo con Cristo en la contemplación es una experiencia que se ensancha a lo divino hacia un amor concreto y universal. El siguiente texto es ciertamente autobiográfico: “Dios se ha hecho uno de nosotros, más aun, se ha hecho uno con nosotros. Esto es lo admirable del género humano: que todos somos uno... Para los cristianos no hay “extraños”... Aquel que está delante de mí es mi prójimo...El amor de Cristo no conoce límites no acaba nunca, no retrocede ante la fealdad o la inmundicia. Al amor natural tiende a acaparar a la persona amada para poseerla en exclusiva. Cristo ha venido para rescatar a la humanidad y restituirla al Padre. Quien ama con este amor, ama a las personas para Dios, y no en provecho propio. Este es el camino más seguro de no perder nunca a los que amamos así. Porque cuando por nuestro amor colocamos a una persona en el corazón de Dios, nos hacemos uno con ella en él, mientras que la pasión de poseer a menudo –tal vez siempre, a la larga o a la corta- lleva a la pérdida.”(Wege zur inneren Stille, pag. 61ss cit.) Este es un rasgo muy característico de la manera de ser de Teresa Benedicta y el “secreto a voces” de su talento de maestra, amiga y hermana. El AMOR por el que fue encontrada y al que se entregó del todo le enseñó “lo único necesario”.
Desde esta experiencia del amor de Dios, Edith vive su relación con las hermanas. Es la primera en los trabajos caseros que se le dan muy mal, enseña latín a las novicias y está en todos los trabajos de la comunidad con una disposición serena y sincera, aunque el trabajo intelectual siga siendo el elemento donde se encuentra completamente realizada. Los escritos que datan de sus primeros años en el Carmelo testimonian de la profunda armonía que se iba estableciendo en ella entre sus cualidades afectivas y su inteligencia. Edith habla de “los pensamientos del corazón”que “pertenecen a la vida fontal del alma..., a una profundidad anterior a su división en distintas potencias y actos...Antes de que lleguen a convertirse en tales, han de atravesar diversos estratos de formación....es una manera de conciencia mucho más primitiva que el conocimiento intelectual...Es anterior también a la división de potencias y actos.”(Ciencia de la Cruz, Monte Carmelo 1989, pag. 192ss) Amor y verdad son fundamentales en el carisma teresiano y hacen de Edith Stein una exponente de este carisma para nuestro tiempo y a la vez señalan el camino posible de comunión entre la ciencia y el amor. En la persona convergen estas corrientes y elevan consigo a toda la creación a la Realidad absoluta. R. Guardini dice lo siguiente sobre el problema entre corazón y mente: “El corazón no es la expresión de lo emocional, en contraposición a lo lógico; no es sentimiento en contraposición al intelecto; no es ‘alma’ en contraposición al ‘espíritu’. El corazón es el espíritu que desde la sangre se ha vuelto impetuosamente sensible, pero al mismo tiempo, el corazón es ‘el espíritu que asciende a la claridad de la contemplación, a la nitidez de la forma y a la precisión del juicio’. En el corazón, el espíritu se encuentra con el cuerpo y lo hace corporalidad (Leib), en el corazón, la sangre se encuentra con el espíritu y éste se vuelve ‘alma’.”(In Spiegel und Gleichnis, l960, pag. 47). Lo que R. Guardini y Edith Stein quieren decir es, en definitiva, que lo propio del ser humano es vivir desde el núcleo primero donde corazón e intelecto todavía son una única fuerza y donde se encuentra la “casa” de cada uno. Lo propio del ser humano es vivir desde su interior morada y permanecer en ella.
Edith, en su vida de carmelita vive “en su casa interior”, siendo Cristo mismo esta casa, como sugiere la Santa Madre en el “Castillo Interior”(cf 5M 4), escondida con El en Dios, desde las nimiedades de la vida cotidiana, desde las profundidades de su contemplación y su trabajo teológico y filosófico. La convivencia con las hermanas que en su mayoría son mujeres de una cultura escasa confirma a Edith en su convicción de que una persona muy sencilla, gracias a una iluminación superior, puede superar al sabio más grande. Ella sigue trabajando en sus estudios cuando los superiores se lo permiten y lo hace con íntima satisfacción y con la naturalidad que un campesino trabaja su terruño, como algo útil y bueno, pero sujeto, como todo, a la ley de lo fragmentario y limitado. Pero la vida de comunidad con sus largas horas de oración, el trabajo doméstico, la atención a hermanas mayores y a las jóvenes en formación deja durante épocas poco tiempo para el trabajo intelectual. No importa. La hermana Teresa Benedicta vive inmersa en la realidad de la voluntad de Dios que es la sabiduría más allá de toda ciencia pura. En las cartas que escribe desde el Carmelo asoma una y otra vez la Presencia y la vida que la anima por dentro y fecunda su propio corazón y el de todos los que entran en contacto con la hermana Teresa Benedicta. “La historia de las almas en el Carmelo está profundamente escondida en el corazón divino. Y lo que nosotros creemos comprender de vez en cuando de la propia (historia) no es más que un reflejo pasajero de lo que permanece en el secreto de Dios hasta el día en que todo se haga manifiesto. La esperanza en la futura claridad es mi gran alegría. La fe en la historia secreta no tiene que cesar de robustecernos, aun cuando lo que se presenta a nuestra vista exterior (en nosotros mismos o en los otros), pudiera desanimarnos.”(a María Ernst, 16-5-1941)
Ella sabe que esta historia se vive para los demás. Tiene una experiencia muy viva de la solidaridad desde la oración, abarcando el mundo de la familia y las amistades y sobre todo la situación pública tan dramática y explosiva. Aflora en muchas cartas y en repetidas invitaciones a los amigos y conocidos a visitarla en el Carmelo e incluso pasar algunos días cerca de la comunidad para gustar de alguna manera de su silencio y oración, y de su acogida cordial. “Fue un error pensar que debía despedirse de mí. Nuestra clausura es rigurosa... Pero todos los amigos que me han visitado aseguran que, pasados unos pocos minutos, ni se dan cuenta de esta reja, porque el espíritu pasa de un lado a otro sin ningún tipo de obstáculos. Si viene alguna vez a Colonia, experimentará esto que le digo... Quien entra en el Carmelo no se pierde para los suyos, sino que, a decir verdad, se gana; pues nuestra vocación es interceder por todos ante Dios.” (carta a Fritz Kaufmann 14-5-1934)
c) “Pasión”
¿Cuál es la experiencia de Dios, dentro del Carmelo? ¿Cómo llega a la cumbre de la entrega consciente y libre en una muerte horrorosa que ella de alguna manera preveía? Toda vida humana, también la de Edith Stein, es un aserto de paradojas. El ser humano es una paradoja esencial: ser finito con vocación esencial a lo infinito, ser autónomo y constituido en relación, libre y totalmente transido de anhelo (Sehnsucht), capaz de amor e insatisfecho de toda respuesta terrena. Henri de Lubac dice que cuanto más la vida se intensifica, se acrecienta, se enriquece, se interioriza, tanto más raíces echa la paradoja. (cf Glaubensparadoxe, Einsiedeln l972, pag.7ss)
Cuando Edith encuentra a Jesús, la paradoja se hace divina y Edith se entrega a ella con la seguridad y el ardor de su amor, transformado en divino por el Espíritu. Edith sale de un mundo familiar transido de amor y afecto intenso para atravesar los desiertos de amores no correspondidos, adentrarse en el único amor de su alma y con él emprender el éxodo último, en la paradoja máxima de su muerte solitaria y anónima, pero a la vez estremecedoramente compartida por millones de hermanos y hermanas. Su corazón se había ido escondiendo más y más en el corazón de Jesús. Y desde allí estaba presente al mundo, a la tragedia de la humanidad errante, en busca de la verdad y del amor. Desde antes de ser carmelita entendió su vocación como servicio a la Iglesia y al mundo como lo quería la Santa Madre. Pero Edith llega a penetrar más y más en el misterio de la pura oblación, del “propio holocausto” (a A. Jägerschmied, 16-2-1930) A finales de octubre de 1938 Hermana Teresa Benedicta recordando a su madre que intercederá desde el cielo por su familia en angustias y aprietos terribles dice: “Confío en que, desde la eternidad, la madre vela por ellos (sus familiares) y además, que el Señor ha aceptado mi vida por todos. Una y otra vez he de pensar en la reina Ester, que justamente para esto fue sacada de su pueblo, para interceder por él ante el rey. Yo soy una pobre, impotente y pequeña Ester, pero el rey que me ha elegido es inmensamente grande y misericordioso. Esto es un gran consuelo.”(a Petra Brüning 31-10-1938) En 1933 escribe Edith Stein la carta al Papa Pío XI en la que expone con enorme realismo la situación de Alemania y en especial del pueblo judío. Revela en ella un profundo conocimiento de la gravedad de la situación, una clarividencia extraordinaria y un ardor de aportar lo que está en su mano para oponerse a la mentira y la tiranía de la ideología impuesta y evitar lo peor. Para nuestro momento concreto son reveladores estos párrafos: “Todo lo que ha acontecido y todavía sucede a diario viene de un régimen que se llama ‘cristiano’... y creo que el mundo entero, espera(n) y confía(n) en que la Iglesia de Cristo levante la voz para poner término a este abuso del nombre de Cristo...”(carta a Pío XI, ¿?12 de abril l933)
El domingo de Pasión de 1939, 26 de marzo, la hermana Teresa Benedicta pide a su madre priora el permiso para ofrecerse al corazón de Jesús. No es fruto de un entusiasmo emocional, de un sentimiento piadoso que son frecuentes durante la oración cuando el resto de la vida transcurre por cauces serenos y seguros. No. Es el resultado de un largo camino de aprendizaje místico, de adentrarse con toda su existencia en el misterio de la cruz de Cristo. Es la respuesta “definitiva” y agradecida a las crecientes muestras de amor y presencia por parte del Señor en el corazón de la monja carmelita. En todo ello no se trata de un simple hecho interior, sino que esto se realiza y se encarna en la situación extrema del mundo que rodea a Edith Stein, que estaba muy al tanto de todo lo que sucedía en la sociedad, abocada a una guerra de dimensiones incalculables. La amenaza que se descargaría sobre los judíos estaba a un paso de adquirir su realismo trágico por todos conocido. En este momento, hermana Teresa Benedicta pide a su priora:”Por favor, permítame V. R. ofrecerme al Corazón de Jesús como víctima propiciatoria por la paz verdadera; que el poder del Anticristo, si es posible, se derrumbe sin una nueva guerra mundial, y que pueda ser instaurado un nuevo orden de cosas. Desearía hacerlo incluso hoy, porque ya son las 12. Sé que soy nada, pero Jesús lo quiere, y seguramente en estos días llamará a otros muchos para esto. Domingo de Pasión 16.III.1939)
Su entrega fue aceptada por Dios. Todavía le quedaba el último trecho del camino que ella previó años antes. Le quedaba tiempo para una visión profética de su destino, que plasmaría en la obra sobre la “Ciencia de la Cruz” en la que nosotros ahora podemos ver anticipado su “vía crucis” hasta el calvario de una muerte terrible. “Nuestra meta es la unión con Dios, nuestro camino Cristo Crucificado.” (Ciencia de la Cruz, Monte Carmelo l989, p.80) La ciencia de la Cruz induce a Edith Stein a una nueva comprensión de lo que es ciencia y descubre lo que se ha realizado en su propio ser: (la ciencia) es verdad conocida; una teología de la cruz, pero, es verdad viva real y eficaz; como una grano de mostaza que se entierra en el alma y echa raíces y le da al alma un sello concreto y determina su obrar e irradia e toda su vida. (cf. Ciencia de la Cruz)
En los últimos meses de su peregrinación, se encuentra íntimamente con San Juan de la Cruz y nos deja en su estudio sobre la “ciencia de la cruz” el rasgo claro y firme de su parentesco espiritual con el Santo de Fontiveros. En los “fragmentos” que concluyen la obra de Edith Stein, la autora cita una carta de Juan de la Cruz y hace su breve comentario a ella. El Santo se encuentra postergado y abandonado dentro de la Orden y consuela a las hermanas que de ello se lamentan. Es como la última confidencia que Teresa Benedicta de la Cruz entrega al lector y a la posteridad, la confesión de que ha encontrado la verdad y “obra la verdad” desde el centro de su alma y hasta el último instante de su vida. Dice la carta de San Juan de la Cruz: “De lo que a mí toca, hija, no le dé pena, que ninguna a mí me da. De lo que tengo muy grande es de que se eche la culpa a quien no la tiene; porque estas cosas no las hacen los hombres sino Dios, que sabe lo que nos conviene, y las ordena para nuestro bien. No piense otra cosa sino que todo lo ordena Dios. Y a donde no hay amor, ponga amor, y sacará amor.”(carta a María de la Encarnación, 6 de julio 1591) Y el comentario de Edith: “Quien de esta forma podía hablar, estaba tranformado íntimamente en el Crucificado. Había llegado la hora en que debía, aun externamente, morir con la muerte de cruz del amor. Ahora se cumplirán sus últimos deseos.” (o. cit. p. 378) Así está ella interiormente dispuesta a ir hasta las últimas consecuencias con su entrega de amor al Crucificado, fuente y meta de su verdadero ser. Ahora se abandona al Crucificado en un acto de confianza filial y solidaria
Entre los angustiosos meses anteriores al 2 de agosto y el momento de la desnudez de la muerte ¿qué vivía Teresa Benedicta de la Cruz, cómo vivía, para qué vivía? Por los testimonios que tenemos sabemos que no dejó de pensar en una posible salvación hasta ya estando en el campo de tránsito de Amersfoord, que se entregó con sereno amor y competencia al cuidado de los niños en el campo, que rezaba el breviario, que procuraba por su hermana Rosa, que consolaba a personas conocidas, que escribió a su comunidad. En definitiva, hacía lo que había hecho siempre: vivir la verdad de la entrega a Dios y a los hermanos en la realidad tal como se presentaba.
Tal vez la última experiencia de Dios, la más auténtica, la más semejante a la de Cristo en su pasión, es la ausencia y el silencio más profundos de parte de Dios y la confianza también oscura y silente del alma transformada en “callado amor” sin tener de ello conciencia. Una forma de existencia humana que está en el último límite del éxtasis posible en las coordenadas de tiempo y espacio, totalmente sustraída a si misma y viviendo ya enteramente y sólo la vida del amor. Un amor crucificado en lo tremendamente vulgar y dramático a la vez. El último escrito de la gran filósofa y escritora habla de medias de lana, delantales y toallas, de cepillos de dientes...y de una cruz para Rosa y el breviario, para acabar diciendo: “Hasta ahora he podido rezar maravillosamente.” (billete a la priora de Echt, 6-8-1942) Lo más puro de la experiencia de Dios de Edith no está en sus escritos, está en ese desierto último al que no llegan las palabras, en el que cada respiración es pura presencia del Espíritu, es consumación de ser UNO en Cristo que “sigue en agonía hasta el final de los tiempos”.
V. Conclusión
Edith Stein dice en una ocasión que siempre es una verdad muy sencilla la que tiene que comunicar, la verdad de cómo vivir cogida de la mano del Señor. Vivir de la mano del Señor era para ella seguirle desnudamente por el camino de la verdad y del amor solidario y oblativo. La vida de Edith Stein culminó en la misericordia práctica, directa, ejercida en una situación extrema, hecha icono de Cristo que consuela a las mujeres de Jerusalén, camino del calvario. La experiencia de Dios la condujo a la fuente misma de su ser y de ahí a una radical y efectiva participación, desde la fe, la esperanza y el amor, en el drama del momento histórico que le tocó vivir.
En el cristianismo no puede existir una mística escapista, en el sentido de una supresión sin historia ni rostro del tiempo y del espacio. Quedaría totalmente fuera de la verdad central de nuestra fe: la encarnación de Dios en una condición humana concreta, en Jesucristo. Por esto, nosotros ahora no podemos no mirar hacia el sur, hacia la pobreza y el hambre de la humanidad, hacia la brutalidad y la injusticia del ídolo del dinero que esclaviza y destruye lo más noble de la persona humana y de la creación.
Cristina Kaufmann Carmel de Mataró